domingo, 6 de mayo de 2012

Una prueba

Hace mucho que apenas tengo tiempo de escribir y casi ni salir con la bici , aunque ahora parece que se tranquiliza todo un poco y empiezo a tener algo de tiempo a si que aprovechando las nuevas tecnologias y mi smarphone me he bajado la aplicación de blogger y ahora podré escribir algunas reseñas desde cualquier sitio y esta va a ser la primera prueba a ver que tal y para eso me permito escribiros una breve reseña histórica que lei el otro dia acerca de algunos de los sitios por los que pasamos habitualmente con la bici sin saber el largo recorrido históricos que llevan a sus espaldas estos lugares, si puedo intentaré buscar mas información historica, que a mi me gusta.
A si que disfrutar de esta lectura durante 5 minutitos que os va a gustar.
El 30 de mayo de 1937, el recién nombrado ministro de Defensa de la República, Indalecio Prieto, dio orden a sus tropas de iniciar la ofensiva para la conquista de la ciudad de Segovia. Comenzaba así la denominada ‘Batalla de La Granja’, un episodio de la Guerra Civil Española corto y brutal, cuyo recuerdo se ha ido perdiendo con el transcurso de los años. “Si cayó en el olvido fue debido a que este combate no resultó decisivo para el desenlace de la contienda; además, para los republicanos supuso un rotundo fracaso y para los franquistas no supuso un gran éxito militar”, defiende el historiador Eduardo Juárez. Ahora, cuando se cumplen 75 años de la Batalla de La Granja, se suceden las iniciativas para intentar recuperar la memoria de aquella acción bélica. Entre ellas, se acaba de solicitar la declaración de Bien de Interés Cultural (B.I.C.), con la categoría de ‘Sitio Histórico’ para los principales lugares de la batalla, unos escenarios excelentemente conservados gracias a la simbiosis que han alcanzado con el entorno natural. Pero, ¿qué originó la Batalla de La Granja?. Los historiadores coinciden al afirmar que el Gobierno de la República buscaba con una victoria que se antojaba sencilla elevar la moral de sus tropas, hasta entonces incapaces de haber conquistado una ciudad y, al tiempo, frenar el ataque del general Mola al norte de España. La primera intención de los republicanos era la de franquear las que consideraban débiles posiciones defensivas franquistas —situadas en Cabeza Grande, la Cruz de la Gallega y el Cerro del Puerco— y, tras romper la línea del enemigo, presentarse con relativa facilidad en Segovia, escasamente protegida. Sin embargo, el ejército ‘rojo’ no contaba con las fortificaciones que los franquistas habían levantado, a marchas forzadas, en esos emplazamientos. Este último hecho acabó siendo clave, pues si gran parte del éxito del ataque republicano dependía del factor sorpresa, éste no se produjo. El general Varela ya tenía todo preparado para defender los tres puntos estratégicos en la vía de entrada natural de Madrid a Segovia. “La planificación republicana para esta acción, realizada por Domingo Moriones, fue soberbia; sin embargo, la ejecución resultó pésima”, sostiene Juárez. Este historiador considera que la ‘torre de Babel’ en la que se había convertido el ejército republicano, en el que convivían un sinfín de nacionalidades, contribuyó sobremanera al fracaso de la operación. El enfrentamiento entre dos de los principales mandos, el general Walter (polaco) y Jules Dumont (francés) ejemplifica esas luchas internas entre los atacantes. “A durísimas penas, Varela aguantó el primer golpe de los republicanos”, explica Juárez. Únicamente perdió Cabeza Grande, que acabó recuperando poco después, tras recibir refuerzos. Las deficitarias comunicaciones internas de los dos ejércitos jugaron un papel relevante. Dos días antes del inicio de las hostilidades, los ‘rojos’ encomendaron a un ingeniero que tendiera un cable por toda la Sierra de Guadarrama para comunicarse con sus soldados. “Es prácticamente imposible que funcione”, advirtió. Así fue. Y de ese hecho se derivó una falta de coordinación entre la infantería, la artillería y la aviación. Atacando el Cerro del Puerco, los soldados republicanos fueron varias veces bombardeados por su propia aviación y su propia artillería. El ‘fuego amigo’ segó un buen número de vidas. Al otro lado de las trincheras, en el bando ‘nacional’, las arcaicas comunicaciones provocaron un episodio similar. Juárez entiende que el 1 de junio de 1937 “ya era evidente” que los republicanos no iban a conseguir su objetivo, a no ser que recibieran más unidades. No obstante, la batalla continuó todavía varios días más, generando muertos y más muertos. La cifra total de fallecidos se desconoce. El ejército ‘nacional’ reconoció entre 1.100 y 1.200 muertes. Los republicanos estiman que perdieron un mínimo de 1.200 y un máximo de 1.500 hombres. “Mis cálculos apuntan que hubo 2.500 muertos o algo más”, estima Juárez. No todas las víctimas fueron españolas. La XIV Brigada Internacional, repleta de franceses, dejó alrededor de 800 hombres en las laderas del Cerro del Puerco sin conseguir que su bandera ondeara allí. Y, entre los franquistas, también corrió sangre del ‘Tabor de Regulares de Melilla’ y de los ‘Tiradores de Ifni’. La Granja sufrió la batalla, aunque menos que Valsaín. Este último pueblo, situado en el valle que forman las dos posiciones atacadas (Cabeza Grande - La Cruz de la Gallega; y el Cerro del Puerco) se llevó la peor parte. La artillería republicana lo castigó duramente, desde Peña Citores y El Reventón, obligando a sus vecinos a desalojar sus casas. La iglesia quedó totalmente destruida. Deberían de pasar muchos años hasta la reconstrucción de Valsaín (el denominado ‘Pueblo Nuevo’). Una semana después del inicio de la Batalla de La Granja, los republicanos decidieron replegarse a sus posiciones originales. Su tentativa había sido un fiasco. Los picos más altos de la Sierra de Guadarrama quedaron en manos republicanas y los de menor altitud con bandera nacional. Y así permanecieron hasta el final de la Guerra Civil, salvo una pequeña corrección de líneas en 1938. La Batalla de La Granja dejó infinidad de fotografías, realizadas por la húngara Gerda Taro. Fue ella quien contó lo sucedido a su amante, Rober Capa, y éste a Ernest Hemingway, quien plasmó esas vivencias en su libro “¿Por quién doblan las campanas?”.